Pensar es un lujo
(Harrington M. New York Times)
En la década de 1980, la escuela desaconsejaba a los padres que permitieran
a sus hijos ver demasiada televisión y que incrementasen la lectura, el
aprendizaje práctico y jugar al aire libre.
Ahora el problema es más relevante, la tecnología es mucho más insidiosa y
tentadora: internet, sobre todo a través de los teléfonos celulares.
Hace aproximadamente un siglo se inventaron las pruebas de inteligencia,
las puntuaciones internacionales de coeficiente intelectual (CI) subían de
manera constante en un fenómeno conocido como efecto Flynn. Pero hay pruebas de
que nuestra capacidad para aplicar ese poder cerebral está disminuyendo. Las
puntuaciones de alfabetización de los adultos se nivelaron y empezaron a
descender en la mayoría de los países de la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE) en la última década y, algunos de los descensos
más dramáticos se observaron entre los más pobres.
En artículo publicado en el Financial Times, John Burn-Murdoch lo
relaciona con el auge de una cultura post-alfabetizada en la que consumimos la
mayor parte de los medios a través de los celulares, se evitan los textos
densos en favor de las imágenes y los videos cortos. Otras investigaciones han
asociado el uso de celulares con los síntomas del trastorno por déficit de
atención e hiperactividad (TDAH) en adolescentes; una cuarta parte de los
adultos estadounidenses podrían padecer esta condición. La mitad de los
estadounidenses no leyeron ni un libro en 2023.
Lo anterior, se compara con los patrones de consumo de comida basura: a
medida que las chucherías ultra-procesadas se han hecho más accesibles y
adictivas, las sociedades desarrolladas han visto surgir una brecha entre
quienes tienen los recursos sociales y económicos para mantener un estilo de
vida sano y quienes son más vulnerables a la cultura alimentaria obesogénica. La
obesidad se correlaciona fuertemente con la pobreza.
La alfabetización a largo plazo no es innata, sino que se aprende, a veces
laboriosamente; adquirir y perfeccionar una capacidad de “lectura experta” de
formato largo altera literalmente la mente. Reconfigura nuestro cerebro,
aumenta el vocabulario, desplaza la actividad cerebral hacia el hemisferio
izquierdo analítico y perfecciona nuestra capacidad de concentración,
razonamiento lineal y pensamiento profundo.
Plataformas como TikTok y YouTube Shorts ofrecen una fuente
inagotable de fascinantes videos cortos. Estos se combinan con memes visuales,
noticias falsas, noticias reales, ciberanzuelos, desinformación a veces hostil
y cada vez más, un torrente de contenido basura generado por inteligencia artificial.
El resultado es un entorno mediático que parece el equivalente cognitivo del
pasillo de la comida basura, al que es difícil resistirse a las poco saludables
golosinas.
Entre 2019 y 2023, se abrieron en Estados Unidos más de 250 nuevas escuelas
clásicas, muchas de ellas cristianas, con una ética centrada en la
alfabetización de “grandes libros” de formato largo. Figuras notables de la
tecnología como Bill Gates y Evan Spiegel han hablado públicamente de frenar el
uso de pantallas de sus hijos.
Un grupo relativamente pequeño de personas conservará y desarrollará
intencionadamente, la capacidad de concentración y razonamiento de larga
duración; una población general más amplia será post-alfabeta, con todas las
consecuencias que ello implica para la claridad cognitiva.
Para los operadores astutos, una población así ofrece nuevas oportunidades
de corrupción. Los oligarcas que traten de moldear la política se beneficiarán
del hecho de que pocos tendrán la capacidad de atención necesaria para seguir o
cuestionar políticas en campos aburridos y técnicos; ahora lo que la mayoría
quiere no es una investigación forense, sino un nuevo video corto que “humille”
a la otra tribu. Podemos esperar que la clase gobernante se adapte
pragmáticamente al declive colectivo de la capacidad racional, por ejemplo, al
conservar los rituales asociados a la democracia de masas, al tiempo que
desplaza discretamente las áreas políticas clave fuera del alcance de una
ciudadanía caprichosa y fácilmente manipulable.
Este mundo post-alfabetizado favorece a los demagogos que saben cambiar
entre el lenguaje político de la élite y el lenguaje populista de los memes.
Favorece a los oligarcas con destreza en las redes sociales y a los que tienen
más seguridad en sí mismos que integridad.
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