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Bienvenidos al boletín quincenal 'La Conversación
Docente'. Soy Eva Catalán, la editora de Educación en The Conversation ES, y me
asomo hoy a su correo para presentarle un nuevo boletín quincenal con
una inspiradora recopilación de los temas más candentes en el ámbito
educativo. Si desea continuar recibiéndolo, deberá suscribirse aquí. Hoy nos
estrenamos con un tema que siempre está de actualidad: cómo animar a los
estudiantes a leer por placer. Recuerdo mi sitio favorito para sentarme a leer cuando era pequeña:
encima de mi cama, con las piernas metidas en el hueco que quedaba entre la pared
y el radiador, bajo la luz de la ventana, y a menudo con un trozo de
chocolate o una bolsa de pipas. De los cuentos ilustrados pasé a las
colecciones de literatura juvenil de Barco de Vapor y Alfaguara, y cuando
llegué a la adolescencia leía todo lo que caía en mis manos, de Mark
Twain a Huxley, de García Márquez a Fernando de Rojas. Yo era un poco rarita
porque me gustaban los clásicos, pero mi mejor amigo, por ejemplo, era fan de
Stephen King. ¿O éramos raritos los dos? Los datos más recientes muestran que
el hábito lector cae en picado a partir de los 14 años. Los motivos detrás de
este desenganche de la lectura no están claros: ¿tienen la culpa los ubicuos
móviles y el interminable suministro de contenido audiovisual que
ofrecen? ¿Es por la repentina priorización del espacio social y de otras actividades
en grupo? ¿O es porque nos obligan a leer obras determinadas y nos dicen lo
que debemos pensar sobre ellas? Lo que sí están claras son las consecuencias: si abandonamos la
lectura dejamos de practicar la capacidad de ponernos en la mente de otro; se
reducen las experiencias y los ejemplos de los que valerse a la hora de
expresarse uno mismo e incluso se limita lo que somos capaces de pensar o de
sentir. Pese a los avances en tecnologías de la comunicación, no hay nada
equiparable al ejercicio cognitivo de leer un libro: tampoco al placer
intelectual que puede proporcionar. Desgraciadamente, lejos de ser algo
transitorio, fruto de una etapa de crecimiento, el hábito no se recupera en
los años de universidad, y nos encontramos con futuros maestros que tampoco leen
como actividad de ocio ni lo echan de menos. ¿Qué se puede hacer? En lo que respecta a los docentes, las claves son dos: redoblar esfuerzos en la enseñanza de la comprensión lectora y replantearse la enseñanza de literatura en secundaria. Feliz comienzo de semana, Eva Catalán, editora de Educación en The Conversation ES |
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