Mi comentario: el día de ayer fue publicado en el diario elPeriódico
de Guatemala un excelente artículo de Joaquín Villalobos, que retrata el drama
de el Salvador en este tiempo, pero que podemos decir que es el mismo drama de
nuestros países y por ello me he permitido reproducirlo, para que lo lean
detenidamente y con ello pretendo que entiendan el papel que los grupos de
poder económico han jugado en el retraso al desarrollo y la gran complicidad de
los gobiernos de turno en el mismo.
elPeriódico
Guatemala 25 de Abril del 2013
Un país atrapado por oligarquías y maras
Publicado en El País, 21 abril de 2013.
Joaquín
Villalobos
Hace 50 años El Salvador era una
república cafetalera, ahora vive de exportar gente. La tercera parte de su
población ha abandonado el país y en 24 años esos emigrantes enviaron US$46
millardos en remesas familiares, US$30 millardos en la última década. Sin
embargo, en la medida en que las remesas han aumentado, la economía ha
decrecido y la violencia se ha multiplicado. Las remesas pasaron de US$686
millones en 1992 a casi US$4 millardos en 2012. El Salvador es la economía que
menos crece en Latinoamérica
y junto con Honduras y Guatemala
son la región más violenta del mundo. En los últimos 20 años se han registrado
más de 50 mil homicidios.
El Salvador es un
caso clásico de poder oligárquico. Las familias que controlan la economía
asumieron la exportación de personas como política económica, argumentando que
el país es “potencia demográfica” y sus habitantes tienen “cultura de emigrar”.
En 1969 la expulsión de salvadoreños provocó la llamada “guerra del fútbol”
entre El Salvador y Honduras.
Con la guerra civil comenzó la emigración a Estados Unidos y esta creció
exponencialmente con la paz por el desempleo crónico.
La parálisis económica
no tiene nada que ver con el actual Gobierno de izquierda, los empresarios
dejaron de invertir aun y cuando gobernaba la derecha. Los miles de millones de
dólares que llegan al país como dinero fácil reducen incentivos a la inversión
productiva, disparan el consumo y estimulan la emigración. El país dejó de ser agrícola
y ahora es una economía artificial de servicios soportada por remesas que pagan
la mitad de las importaciones y permiten convivir con un enorme y crónico
déficit comercial.
Los oligarcas ganan mucho dinero, sin inventar
nada, sin correr riesgos y sin necesidad de generar empleos, captando las
remesas por medio de suplir el consumo. Importan productos, ponen supermercados,
abren centros comerciales y sacan el dinero del país. Las remesas han generado
un progreso ficticio en un pequeño espacio de la capital saturado de centros
comerciales; la mayor parte del territorio es desorden, inseguridad y pobreza.
La mayoría de jóvenes de clases altas y medias no conocen el caótico centro
capitalino.
La migración de uno de cada tres salvadoreños
provocó una catástrofe social que generó una violencia peor que la guerra. La
multiplicación de familias disfuncionales, las comunidades desarticuladas, las
deportaciones masivas de convictos desde Estados Unidos, la importación de la
cultura norteamericana de pandillas y el desempleo crónico en un país que ya
era violento, convirtieron a las pandillas, conocidas como “maras”, en un poder
fáctico que le ha arrebatado al Estado los monopolios de la coerción, la
tributación y la justicia en gran parte del territorio. Están armados,
extorsionan, asesinan a quien no paga y se apropian de viviendas y negocios.
Las maras pactaron
una impopular tregua entre ellas que ha bajado significativamente los
homicidios, pero el reconocimiento público a su poder ha institucionalizado las
extorsiones, que son el delito principal y el que más afecta a los pobres. Los
cambios generacionales en sus filas, la apropiación de negocios, el dominio
territorial y la “violencia sumergida”, o capacidad creíble de matar cuando lo
necesitan, los terminará convirtiendo en crimen organizado.
Las maras son el resultado de que la política de
exportación de personas enriquece hacia arriba a costa de degradar socialmente
hacia abajo. Son un problema de pobres que afecta a pobres, que se agravó
porque los Gobiernos oligárquicos abandonaron políticas sociales, debilitaron
la seguridad pública y desmantelaron al Estado. Convirtieron la inseguridad en
negocio expandiendo la seguridad privada. El fortalecimiento de las maras es,
por ello, directamente proporcional al debilitamiento del Estado. Han sido el
gobierno de Saca, quien fue expulsado de ARENA, y el actual de izquierda de
Funes, los que comenzaron a aplicar programas sociales para contrarrestar los
efectos de la emigración, entre estos el programa “Ciudad Mujer”, dirigido a la
deformada realidad familiar del país.
Estimando todas las operaciones económicas
vinculadas a los emigrantes, El Salvador podría haber recibido unos US$60
millardos en un par de décadas, una suma fabulosa para un país tan pequeño.
¿Por qué si ese dinero llega a los pobres no ha habido un crecimiento masivo de
pequeñas empresas? En 2012 Honduras registró que más de 10 mil pequeñas
empresas habían cerrado en Tegucigalpa por la inseguridad, con lo cual se
estimaban unos 100 mil empleos perdidos. En El Salvador no se cuantifican los
efectos de las extorsiones ni del poder intimidatorio de las “maras” sobre la
microeconomía, pero con seguridad, estas y la competencia de los centros
comerciales que poseen seguridad privada, son los obstáculos principales de una
explosión microeconómica que generaría centenares de miles de empleos.
El Salvador está atrapado en un círculo vicioso. A
mayor emigración más remesas, a más remesas menos crecimiento económico, a
menos crecimiento más desempleo, a más desempleo más violencia y a más
violencia más emigración. ¿Por qué un país que recibe tanto dinero en remesas
no puede pagarse las políticas sociales, ni la cantidad de policías que demanda
la protección de sus habitantes? La economía salvadoreña está dominada por una
“elite extractiva”, sin interés por el desarrollo. Los oligarcas captan el
dinero de las remesas, pero no invierten en el país, sino en Estados Unidos,
Panamá y hasta en la Nicaragua sandinista. Mientras tanto, El Salvador pierde
trabajadores y emprendedores altamente productivos, desperdicia tierras
fértiles, desaprovecha la ambición creativa de nuevos empresarios y deja a las
pequeñas empresas a merced de las maras.
En 1980 la Fuerza Armada expropió los bancos a los
oligarcas, pero se los pagaron, luego la banca nacionalizada quebró porque
muchos empresarios no pagaron sus deudas. En 1989 el partido de los oligarcas
recuperó el gobierno, rescataron los bancos con dinero público y se los
autovendieron saneados, baratos, al crédito y pagables con las mismas
utilidades. Posteriormente las remesas hicieron crecer los bancos, entonces los
oligarcas los revendieron a precios altos a la banca extranjera y sacaron el
dinero al exterior. Esta apropiación de miles de millones de dólares es el
mayor acto de corrupción de la historia del país y una evidencia del poder
oligárquico.
Estimando todas las operaciones económicas
vinculadas a los emigrantes, El Salvador podría haber recibido unos US$60
millardos en un par de décadas, una suma fabulosa para un país tan pequeño.
¿Por qué si ese dinero llega a los pobres no ha habido un crecimiento masivo de
pequeñas empresas? En 2012 Honduras registró que más de 10 mil pequeñas
empresas habían cerrado en Tegucigalpa por la inseguridad, con lo cual se
estimaban unos 100 mil empleos perdidos. En El Salvador no se cuantifican los
efectos de las extorsiones ni del poder intimidatorio de las “maras” sobre la
microeconomía, pero con seguridad, estas y la competencia de los centros
comerciales que poseen seguridad privada, son los obstáculos principales de una
explosión microeconómica que generaría centenares de miles de empleos.
El Salvador está atrapado en un círculo vicioso. A
mayor emigración más remesas, a más remesas menos crecimiento económico, a
menos crecimiento más desempleo, a más desempleo más violencia y a más
violencia más emigración. ¿Por qué un país que recibe tanto dinero en remesas
no puede pagarse las políticas sociales, ni la cantidad de policías que demanda
la protección de sus habitantes? La economía salvadoreña está dominada por una
“elite extractiva”, sin interés por el desarrollo. Los oligarcas captan el
dinero de las remesas, pero no invierten en el país, sino en Estados Unidos,
Panamá y hasta en la Nicaragua sandinista. Mientras tanto, El Salvador pierde
trabajadores y emprendedores altamente productivos, desperdicia tierras
fértiles, desaprovecha la ambición creativa de nuevos empresarios y deja a las
pequeñas empresas a merced de las maras.
En 1980 la Fuerza Armada expropió los bancos a los
oligarcas, pero se los pagaron, luego la banca nacionalizada quebró porque
muchos empresarios no pagaron sus deudas. En 1989 el partido de los oligarcas
recuperó el gobierno, rescataron los bancos con dinero público y se los
autovendieron saneados, baratos, al crédito y pagables con las mismas
utilidades. Posteriormente las remesas hicieron crecer los bancos, entonces los
oligarcas los revendieron a precios altos a la banca extranjera y sacaron el
dinero al exterior. Esta apropiación de miles de millones de dólares es el
mayor acto de corrupción de la historia del país y una evidencia del poder
oligárquico.
El debate en El Salvador no es entre “Socialismo
del siglo XXI y Capitalismo”, sino entre un capitalismo oligárquico, acomodado
y depredador que concentra el poder económico; y un capitalismo promotor del
desarrollo que disperse el poder económico, fomente la inversión productiva,
genere empleos, detenga la emigración, rehabilite delincuentes, fortalezca las
instituciones de seguridad y acabe con las extorsiones y la violencia que
atormentan a los pobres. Para reactivar la economía es indispensable un Estado
capaz de proveer seguridad y para mejorar la seguridad es indispensable reactivar
la economía.
Los países son un reflejo de la visión de sus
elites; a diferencia de Costa Rica, cuyas
elites construyeron una democracia próspera, la oligarquía salvadoreña ha
puesto a El Salvador al borde de ser Estado fallido al haberlo llevado por un
camino de dictaduras, golpes de Estado, rebeliones, magnicidios, represión,
guerras, polarización política, corrupción, pobreza, emigración y violencia
criminal. El enemigo principal de los oligarcas son ahora los nuevos ricos y lo
único que puede salvar a El Salvador de convertirse en Estado fallido es
precisamente el fortalecimiento de nuevas elites económicas que hagan
contrapeso a los viejos poderes oligárquicos. Hay ahora miles de emprendedores
exitosos en Estados Unidos y en el propio país que pueden reinventar la
economía; sus principales obstáculos son los oligarcas y las maras
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